Camino Soria: tierra de frontera por carreteras secundarias

burgo de osma

Durante la Alta Edad Media, el río Duero, a su paso por Soria, fue la divisoria natural entre cristianos y musulmanes, quienes tomaban alternativamente pueblos y ciudades en sus márgenes. Un tiempo frenético, pleno de batallas hasta la unión de Aragón y Castilla por los Reyes Católicos. Burgo de Osma y sus alrededores conservan vestigios de castros celtíberos, urbes romanas, fortalezas islámicas y ermitas románicas de extraordinaria belleza, reflejo de su carácter estratégico a lo largo de la Historia. Una tierra de frontera en la que hoy es posible disfrutar del pasado y de una naturaleza áspera y contenida recorriendo sus carreteras secundarias. Camino Soria.

burgo de osma

Día 1: Burgo de Osma

Tras pasar por la oficina de turismo de Burgo de Osma para confirmar los horarios de visita (un trámite que recomiendo si se viaja por Castilla-León en estos tiempos de recortes y austeridad), nos encaminamos hacia Uxama, situada a escasos cuatro kilómetros de la villa, en el cerro de Castro y sobre una profunda hoz socavada por el río Ucero.

Yacimiento arqueológico de Uxama

El yacimiento arqueológico, que puede visitarse por libre, conserva los restos de un asentamiento de los arévacos, tribu celtíbera de la Edad del Hierro, unas cisternas romanas y la domus de los Plintos, fruto de su posterior romanización.

Bajo un cielo gris y amenazante, a su lado sobresale una torre cilíndrica erigida por los árabes como parte del sistema defensivo que intentó blindar la línea del Duero ante el impulso repoblador cristiano. Conectada visualmente con la impresionante fortaleza califal de Gormaz, que se divisa a lo lejos, la atalaya de Uxama es un lugar perfecto para contemplar a distancia Burgo de Osma, que nos espera a los pies.

Torre islámica de vigilancia

Dejamos atrás los primeros rastros de que nos adentramos en una tierra de frontera. En la villa, la catedral nos espera gélida y solemne. En torno al claustro se despliegan las salas del museo, donde nos impresiona el volumen de tesoros artísticos que se conservan. No es de extrañar que el conocidísimo Erik el Belga, el mayor expoliador de obras de arte de Europa, fuera capturado tras intentar robar en este templo, allá por 1966.

Catedral de Burgo de Osma

Tras una cámara acristalada descansa el obispo San Pedro de Osma, en un sepulcro bellamente labrado con delicadas esculturas de estilo gótico que conservan milagrosamente su policromía, quizá porque sólo es posible contemplarlo de cerca con una visita guiada.

Desde el epicentro religioso salen las callejuelas de aspecto medieval, algunas porticadas, como la calle Mayor, donde proliferan las tiendecitas de productos de la gastronomía local, como setas deshidratadas, mantequilla de Soria, derivados del cerdo –Burgo de Osma acoge en el mes de marzo la Cerdo Experience-, vinos de la denominación de origen Ribera del Duero, dulces típicos como los harinados, chacinas.

Plaza Mayor

Descubrimos las murallas, la puerta de San Miguel y un paseo junto al río muy bien recuperado para propios y extraños. Paseamos disfrutando de la tranquilidad hasta que cae la noche, y entonces, espoleados por el frío castellano de marzo, nos acercamos hasta la antigua Universidad de Santa Catalina. Hoy el edificio renacentista ha sido convertido en hotel-balneario, donde nos sometemos a un relajante circuito de contrastes en un espacio que evoca a la ermita de San Baudelio.

Llegamos de noche a Calatañazor, donde pasaremos la noche, recorriendo los escasos 23 kilómetros que separan las dos localidades bajo una lluvia tenaz y el no menos intenso tráfico de camiones que se desplazan por la N-122. Comprendemos entonces las quejas de los sorianos, que reclaman mejores comunicaciones para su provincia.

Día 2: San Esteban de Gormaz, Gormaz, Berlanga y Casillas del Duero, Tiermes

San Esteban de Gormaz es la primera parada en nuestro segundo día de viaje. La “buena ciudad”, que es como se la cita en el Cantar de mío Cid, pasó consecutivamente de manos cristianas a musulmanas hasta su recuperación definitiva por el Cid en 1054 y las primeras Cortes de Castilla se celebraron allí en 1187.

Ramón Menéndez Pidal sitúa al autor del cantar como oriundo de San Esteban. Este dato no está comprobado, pero lo que sí puede asegurarse es que la villa conserva dos auténticas joyas del románico castellano, las iglesias de San Miguel y Nuestra Señora del Rivero, erigidas a finales del siglo XI.

Así que no nos detenemos mucho en sus calles con casas blasonadas y soportales, ni sus abundantes vestigios medievales, pese a que fue declarado conjunto histórico-artístico, y buscamos los templos. En parte porque son el objetivo principal de la visita, pero también porque de nuevo cae sobre nosotros una inclemente lluvia.

Ambas iglesias, distantes entre sí unos 250 metros, conservan la galería porticada tan característica de este estilo, que sirvió a sus vecinos para reunirse en concejo durante la repoblación castellana. La de San Miguel es la primera atestiguada de una serie que luego se impondría en otras iglesias románicas de Segovia, Soria, Burgos, La Rioja y Guadalajara.

Conseguimos, no sin esfuerzo de coordinación, que la guía nos abra la puerta de la iglesia de San Miguel. Y nos dejamos sorprender por la sencillez del templo, pero mucho más por la historia de unos misteriosos dibujos aparecidos en la piedra de la cara interior de los muros.

Iglesia románica de San Miguel

Una suerte de grafitis, la mayoría hechos con punzón o punta seca, y unos pocos dibujados con almagre o carbón vegetal, que reproducen motivos muy variados, como escenas de cetrería, estrellas de David, inscripciones contables… Su explicación dará trabajo a los investigadores para una larga temporada y ayudará a entender mejor una de las etapas artísticas mejor representadas en Soria, el románico. Hasta entonces, los visitantes podemos dejar volar nuestra imaginación al contemplar las pintadas a la luz de una iluminación ejemplar.

Iglesia románica de San Miguel

La segunda iglesia, Nuestra Señora del Rivero, es otra preciosidad, cuyos capiteles nos recuerdan que seguimos en una tierra fronteriza. En uno de ellos, situado en el interior de una estancia anexa a la nave principal, observamos la talla de un hombre ataviado con una vestimenta similar a un caftán, al estilo musulmán. La guía nos recuerda el carácter fronterizo de la ciudad durante la Edad Media.

Iglesia románica de Nuestra Señora del Rivero

Tomando la carretera SO-160, avanzamos en el espacio y retrocedemos en el tiempo para llegar a Gormaz, una diminuta población a poca distancia de la orilla del Duero que se diluye en el paisaje. Pasaría inadvertida de no ser por la imponente mole del castillo califal, a la que es imposible quitar los ojos a medida que uno se acerca por la carretera.

Fortaleza islámica de Gormaz

De la fortaleza subsisten una portada con doble arco de herradura, la alcazaba, dos poderosas torres (de Almanzor y del Homenaje) y una cisterna, además de los restos de las murallas, con más de un kilómetro de perímetro.

Su porte y su ubicación no dejan dudas sobre la importancia estratégica del conjunto, que reforzaba la frontera norte musulmana y servía de avanzada en la defensa militar de Medinaceli. La Europa del siglo X no conoció nada que pudiera compararse con Gormaz, según el testimonio del catedrático y miembro de la Real Academia de la Historia, Luis Díez del Corral. Al recorrer sus ruinas y asomarse a sus murallas uno entiende el porqué y también que haya sido incluido entre los “501 lugares de España que debes conocer antes de morir”.

Fortaleza islámica de Gormaz

Nuestra próxima parada es Berlanga de Duero. Haciendo tiempo hasta la hora de apertura de la oficina de turismo, situada en los bajos del Palacio de los Duques de Frías, errabundeamos por la localidad y descubrimos los restos de una chimenea que perteneció a las cocinas de un antiguo hospital y albergue de peregrinos, el Convento de las Concepcionistas, la puerta Aguilera, su rollo gótico.

El tiempo lluvioso nos desaconseja la visita al castillo –una guía nos indica que la mejor vista del edificio y de las murallas se obtiene al salir de Berlanga por carretera en dirección a Casillas-, y optamos por entrar en la colegiata de Nuestra Señora del Mercado. Edificado por el cántabro Juan de Rasines, en el templo descubrimos dos curiosidades. Un caimán disecado aparece colgado junto a la puerta de entrada, traído por fray Tomás de Berlanga, un soriano que fue obispo de Panamá, descubrió las islas Galápagos e introdujo el tomate, la patata y el perejil en Europa, lo que le ha valido el título de patrón laico de la dieta mediterránea.

Berlanga de Duero

Otra particularidad de la colegiata es su retablo mayor, de estilo barroco, que muestra la madera desnuda, sin dorar ni policromar.

Colegiata de Nuestra Señora del Mercado

Tomamos de nuevo la SO-152 y recorremos los siete kilómetros que nos separan de la ermita mozárabe de San Baudelio, en Casillas de Berlanga, una de las cimas de la arquitectura religiosa popular.

Ermita de San Baudelio

Aparece en lo alto de una suave ladera, en medio de un paisaje desolado, yermo, frío e inhóspito en un día lluvioso de invierno como el que elegimos para visitarlo. Estamos a mil metros de altitud. La sencillez y austeridad del exterior para nada hacen presagiar su delicado interior. Al cruzar la puerta entramos en un oasis mozárabe que lleva nueve siglos en Soria. Una palmera pintada de vivos colores, símbolo del paraíso, sujeta la bóveda de la nave principal, una solución arquitectónica original y sugerente, que da grandiosidad a un espacio tan minúsculo. Para un cristiano, la palmera simboliza el árbol de la vida, la ascensión. Para el musulmán es el árbol sagrado del Corán y alegoría del paraíso.

Ermita de San Baudelio

Otra parte de la ermita, con un pequeño bosque de columnas, da la sensación de formar una reducida mezquita. Estamos en tierra de frontera, de cristianos y musulmanes viviendo en conjunción.

En las paredes, fragmentos de unos frescos que no siguen la tradición iconográfica cristiana-románica, sino la musulmana-oriental. Las pinturas tienen además una triste historia de cuando en España se vendía el arte por pan. En 1926 veintitrés fragmentos fueron retirados del edificio y traspasados a lienzo para ser llevados a Estados Unidos, donde se reparten entre los museos de Boston, Indianapolis, Cincinnati y The Cloisters de Nueva York. En 1957 seis de esos fragmentos se trajeron al Museo del Prado como depósito temporal indefinido del Metropolitan Museum of Art de Nueva York. Lo que la pequeña comunidad de anacoretas y monjes creó con mimo en los siglos de la repoblación, sus descendientes, unos vecinos de Casillas, lo vendieron a un coleccionista norteamericano por 75.000 pesetas con la complacencia del obispo de la Diócesis de Sigüenza.

Pero una vez allí, tratamos de olvidar este hecho luctuoso, cerramos los ojos y fantaseamos con la visión de las pinturas al completo. ¿Te las imaginas?

Ermita de San Baudelio

Con una sensación placentera, dejamos San Baudelio y apretamos el acelerador para llegar al yacimiento arqueológico de Tiermes antes de que anochezca. Allí, la sorpresa y el asombro cambiaron de tercio. Todo lo que nos maravilló San Baudelio, Tiermes nos decepcionó.

Situado a 27 kilómetros de la línea del Duero, es un asentamiento de varias culturas que se sucedieron en la ocupación del terreno desde el siglo IV a.C. hasta el V d.C., al que se ha adosado un museo monográfico.

Yacimiento arqueológico de Tiermes

Sobre un cerro pelado y ventoso, restos de la ciudad arévaca Termes, segunda gran resistente celtibérica al dominio de los romanos, conquistada por los romanos y por una urbe de nueva planta que se superpuso tras la derrota. Al lado, una necrópolis rupestre y una ermita románica hacen del conjunto uno de los yacimientos arqueológicos más importantes de la Península. Y, sin embargo, la intervención museográfica no hace justicia a su valor. Mal explicada –nos costó entender las diferentes capas históricas superpuestas sobre el terreno- y peor diseñada –unos paneles sin apenas storytelling-, deja un amargo sabor de boca. Y eso que el lugar lo merece y la bonita puesta de sol invitaba a profundizar en su historia.

Día 3: Calatañazor, su sabinar y Cañón de Río Lobos

Combatimos el frío de la mañana (y el mal sabor de boca que nos dejó Tiermes) con un buen desayuno en el que no falta ni mantequilla de Soria ni queso de oveja también de la zona, lo que nos dio fuerza para reemprender la ruta. Antes de partir recorremos de nuevo las callejuelas empedradas de Calatañazor, el castillo de las Águilas, nos asomamos al precipicio que la rodea y contemplamos el Valle de la Sangre, fotografiamos el busto de Almanzor

Castillo de Calatañazor

La población es una de las ciudades más viejas de Soria, que se ha adaptado a la modernidad explotando su belleza para atraer a un turista rural ávido de hoteles con encanto. Con todo, en ella se respira un aire puro y limpio, y por la noche se divisan multitud de estrellas con el rumor del agua procedente del río cercano como único ruido de fondo. Pero estamos en marzo, es invierno y hace frío. La intuición nos dice que la temporada alta restará encanto a Calatañazor.

Calatañazor

Nos preguntamos qué impresión le causaría hoy Calatañazor a Orson Welles, que en 1966 eligió el pueblo para rodar su “Campanadas a medianoche”.

Desde Calatañazor, tomamos la SO-P-5026, para recorrer los apenas 3,4 kilómetros que nos separan del sabinar de Calatañazor, una de las formaciones de sabina albar más importantes de la península ibérica. Cercados por una valla, un buen puñado de árboles resistentes, algunos con varios cientos de años, que han crecido más frondosos que sus congéneres de otras latitudes debido a la tradición secular de abonarlos con boñiga de vaca o bostas de caballo.

Sabinar de Calatañazor

Desde allí, transitamos por las carreteras secundarias que enlazan pequeños pueblos de montaña como Cubillas o Fuentecantales. Alguno de ellos completamente en ruinas, abandonados a su suerte, un presagio de la despoblación que castiga a Soria, con densidades de población inferiores a la del círculo polar ártico, con menos de ocho personas por kilómetro cuadrado en algunas comarcas.

Pasado el pueblo de Ucero nos topamos con el Centro de Interpretación a la derecha y un poco después, a la izquierda, una indicación nos muestra el camino hacia el Cañón de río Lobos. Nos adentramos en nuestro coche siguiendo una carretera estrecha hasta un aparcamiento acondicionado junto a un pinar. Junto a él, un sendero sin asfaltar nos lleva hasta la ermita de San Bartolomé.

Ermita de San Bartolomé en Cañón de río Lobos

Hermosa en su sencillez, la iglesia se recorta sobre las tonalidades ocres de la roca horadada, en lo más profundo del cañón calizo. Románico tardío, algunos apuntan a un origen templario y otras teorías dicen que la ermita está situada en un punto equidistante entre los cabos de Creus y Finisterre. Ciertas o no, la belleza del lugar nos invita a dejar volar la imaginación: la magia es posible.

Volvemos al coche y remontamos la SO-920 en dirección a San Leonardo de Yagüe, cuya altura nos permite una última vista del valle que dejamos atrás.

Adiós…

¡Campos de Soria
donde parece que las rocas sueñan,
conmigo vais! ¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas!…»

(«Campos de Soria»Antonio Machado)

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Violeta González Bermúdez

Periodista especializa en innovación y tendencias, con más de 20 años de experiencia en comunicación. Fundadora de Ultravioleta, una social media boutique. ¿Quieres trabajar conmigo? Mira las soluciones que ofrezco.

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